¿Por qué humillarse?
No basta haber caído en la misma trampa cien veces. En algunos casos hay que caer cien veces más para aprender que por ahí no hay que moverse. Porque, evidentemente, y como recita el saber popular, el hombre es el único ser vivo que tropieza dos veces con la misma piedra.
En algunos, el aprendizaje llega antes; en otros, la cabeza debe golpearse mil veces contra el suelo antes de entender que se deben levantar los pies para caminar.
Lo más doloroso es que muchas veces ni siquiera arrastrar la cara sobre las heces esparcidas en ese suelo provoca el más mínimo atino. Daría la impresión de que hay algo de disfrute en eso de revolcarse en los desechos que otro dejó.
Pero no, es justamente el caso contrario. Es una especie de castigo autoimpuesto. Como el pájaro carpintero que taladra la cabeza de la chica en el comercial, pareciera que es 'justo' martirizarse repitiendo una y otra vez: 'es mi culpa', 'es lo que merezco'.
Cuando el amor por el propio ser se encuentra en sus niveles más bajos, es factible que se dé esta situación. Autoflagelarse sometiéndose a situaciones desagradables es algo que todos hemos hecho alguna vez.
Ahora bien, ¿cómo se sale de ese círculo vicioso en el que me castigo porque no merezco nada mejor y no merezco nada mejor porque me quiero muy poco?
Es fundamental enfocarse en las virtudes. No todos somos tan malos, ni todos tan perfectos. Si uno busca, seguro encuentra. Y en el mar de nuestras relaciones, alguien habrá recibido nuestro beneficio, alguien alguna vez habrá destacado algún valor, alguien en algún momento nos habrá querido por alguna razón.
Es saber ahondar en esas situaciones la clave para salir del pozo, y es vital trabajar para reflotar esas características gloriosas que alguna vez nos alegraron la vida y/o se la alegraron a alguien más.
Pero no basta con traerlas a la memoria. Reflotarlas y ponerlas en práctica son pasos fundamentales para comenzar a trabajar ese ego que se arrastra por el piso, que se empecina en ponernos en situaciones que nos lastiman y que reflejan lo poco que nos queremos.
Sentirse bien con uno mismo es una tarea diaria. Alimentar las relaciones sanas, que le aportan alegría a nuestros días, y condimentar las vidas de los que nos rodean, aunque más no sea con un simple abrazo, seguramente ayudarán a reconstruir el amor perdido.
Alejarse de los que son una influencia negativa en nuestro ser profundo, es otra herramienta clave. Protegerse de las malas intenciones, de la falta de respeto, de las demostraciones engañosas, de actitudes destructivas es otra tarea diaria. Cerrar la puerta a aquellos que nos lastiman es valorarse por sobre todo y una actitud de autoprotección. En este mundo egoísta, primero lo primero: primero yo. Si yo me resguardo, puedo entonces proteger y ayudar a los que me quieren bien.
Subir las murallas no significa siempre tener una actitud egoísta, muchas veces implica una gran generosidad con uno mismo. Seamos generosos con nuestros egos rodeándolos de experincias positivas, gratificantes y constructivas.
¡A trabajar!
