El amor te vuelve un idiota. Tiene ese efecto narcótico, sedante, energizante, vigorizante que aumenta tus niveles de actividad al punto de convertirte en el ser más creativo del mundo y, a la vez, en el más torpe e irresponsable. Además, actúa como un velo de seda que le da a todas las situaciones de tu vida, buenas y malas, un matiz especial, haciendo que las buenas sean fantásticas y las malas, no tan malas.
A mí el amor me trastorna, me nubla los sentidos, me suelta la lengua para algunas cosas y me la ata para otras, me hace perder los escrúpulos y entierra esa linda virtud -para mí sería una virtud- llamada 'mesura'.
Por amor he hecho cosas hermosas: he escrito poemas, he sonreído hasta rajarme la boca, he leído libros de amor, he colgado cuadros, he volado a mundos lejanos, he dicho las palabras más tiernas, he entregado el alma.
Y también por amor, he caído hondo en el fondo de la infamia: he permitido que insulten mi inteligencia, que golpeen mis oídos con blasfemia, que ensucien mi nombre con rumores y he dejado que arrastren mi cuerpo por el barro.
He aprendido con el tiempo que no hay amor más sano, dulce y gratificante que el 'amor propio'. Y me ha enseñado la experiencia que el amor por los demás nunca debe superar al amor propio. Mientras más fuerte y profundo sea el amor por uno mismo, más cerca de la realidad y de la perspectiva nos mantendrá. Nos alejará del riesgo y el sufrimiento, evitando que nos expongamos a situaciones dolorosas.
Si yo me quiero, puedo entonces elegir con claridad quién es merecedor de mi amor profundo.